Me levanto sobre las 6:45 h. Hoy, por primera vez en días, no tengo que pedalear, así que aprovecho para quedarme en el hostel hasta la hora del desayuno. A las 8:00 h subo al comedor y, tras tomar un par de cafés con leche y algo más para acompañar, regreso a la habitación y empiezo a organizar el equipaje con calma.
El alojamiento debo dejarlo antes de las 11:00 h, pero me permiten dejar aquí la bici y demás cachivaches hasta que vuelva a recogerlo sobre las 13:00 h. Una vez todo está en orden, abandono el hostel y salgo a pasear por la ciudad.
Sobre las 13:30 h regreso al hostel, recojo la bicicleta y el equipaje, monto las alforjas y pedaleo hacia la estación de autobuses. Una vez en el andén correspondiente, pliego la bici y la empaqueto. Las alforjas y el resto del material los guardo en una gran bolsa. Todo listo, solo queda esperar la salida.
Como un reloj suizo, el autobús parte puntualmente a las 15:45 h rumbo a Murcia. El trayecto se hace eterno, largo y agotador. Tras casi ocho horas de viaje, llego por fin a Murcia. Toca sacar el equipaje de la bodega, desplegar la bicicleta, volver a colocar las alforjas y salir pedaleando una vez más, esta vez hasta casa.
Eso sí, me reservo unas últimas palabras sobre la experiencia…
Cruzar Portugal de norte a sur en bicicleta, por la mítica carretera N2, ha sido mucho más que un viaje en bicicleta. Ha sido una aventura y una experiencia tremenda, entre grandes repechos, paisajes impresionantes y momentos que no olvidaremos
Los primeros días los pedaleé en buena compañía, junto a Enrique y Dani. Fue un comienzo épico, no solo por el entusiasmo con el que empezamos la ruta, sino porque la lluvia no nos dio tregua. Agua, agua y más agua. A veces llovió con tal intensidad que te hace pensar si no sería mejor darse la vuelta. Pero ahí seguimos, empapados y riéndonos de nosotros mismos, cruzando pueblos y buscando cobijo en paradas de autobús y bares donde el café sabía a gloria. Esos primeros días fueron duros, sí, pero también compartidos, y eso hizo que todo tuviera su encanto.
A medida que avanzábamos hacia el sur, el paisaje y el clima empezaron a cambiar. Las montañas fueron dando paso a colinas suaves, los campos se volvieron más secos y dorados, y la carretera, aunque a veces machacaba las piernas, también regalaba momentos de silencio y belleza inesperada. Viajar en bici por la N2 es eso: una mezcla entre el esfuerzo físico y mental. Hay tiempo para mirar, pensar y perderse un poco.
Tras las primeras etapas, seguí en solitario. Y eso también tuvo lo suyo. La soledad del cicloturista no es fría, es reflexiva. Se escucha más el entorno y a uno mismo. A ratos pesa, claro, pero también se aprende a estar a gusto con ese ritmo sin interrupciones.
La llegada a Faro marcó el final de la N2, pero no del viaje que había proyectado. Mi plan era seguir pedaleando hasta Sevilla y desde aquí continuar hasta Murcia, cerrando la aventura completa sobre dos ruedas. Así lo hice: salí de Faro con el objetivo claro de llegar a Murcia pedaleando. El tramo hasta Sevilla, aunque pasado por agua, lo completé. Fue una etapa dura, empapada de lluvia y viento, pero también cargada de esa sensación de estar empujando los propios límites.
Sin embargo, al llegar a Sevilla, todo cambia. Me informan de una alerta por fuertes precipitaciones y la entrada inminente de una DANA. Las previsiones son claras: continuar hasta Murcia en bicicleta sería arriesgado, incluso temerario. Tras valorar la situación, tomo la decisión más sensata, aunque agridulce: dar por concluido el viaje y regresar en autobús. Es un final no previsto, forzado por la climatología, pero también una forma digna de cerrar el recorrido. Me queda la satisfacción del camino hecho, de lo compartido con Dani y Enrique, de los paisajes recorridos y del cuerpo cansado, pero lleno de historias. El regreso a casa será sin pedales, pero el viaje, en esencia, ya está terminado.
En resumen, la N2 no es solo una carretera: es un viaje en el sentido más amplio. Es tierra, agua, viento y piernas. Es la alegría de lo compartido y el silencio de lo solitario. Es todo lo que ocurre cuando decides que la meta no está en llegar, sino en avanzar.
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